jueves, 23 de marzo de 2017

EN MI ANGUSTIA BUSCO AL SEÑOR (Salmo 76)


Invocaré al Señor con toda mi voz, 
gritaré al Señor, y él me escuchará. 
Busco al Señor en el momento de mi angustia; 
de noche, tiendo mi mano sin descanso, 
y mi alma rechaza todo consuelo. 
Yo me acuerdo del Señor, y me lamento; 
medito, y mi espíritu desfallece:
tú no me dejas conciliar el sueño, 
estoy turbado, y no puedo hablar. 
Pienso en los tiempos antiguos, 
me acuerdo de los días pasados; 
reflexiono de noche en mi interior, 
medito, y mi espíritu se pregunta: 
¿Puede el Señor rechazar para siempre? 
¿Ya no volverá a mostrarse favorable? 
¿Se habrá agotado para siempre su amor, 
y habrá caducado eternamente su promesa? 
¿Se habrá olvidado Dios de su clemencia 
o, en su enojo, habrá contenido su compasión?
Entonces dije —¡y este es mi dolor!—:
"¡Cómo ha cambiado la derecha del Altísimo!"

Yo recuerdo las proezas del Señor, 
sí, recuerdo sus prodigios de otro tiempo; 
evoco todas sus acciones, 
medito en todas sus hazañas. 
Tus caminos son santos, Señor. 
¿Hay otro dios grande como nuestro Dios? 
Tú eres el Dios que hace maravillas, 
y revelaste tu poder entre las naciones. 
Con tu brazo redimiste a tu pueblo, 
a los hijos de Jacob y de José.
Cuando te vieron las aguas, Señor, 
cuando te vieron las aguas, temblaron, 
¡se agitaron hasta los abismos del mar! 
Las nubes derramaron aguaceros, 
retumbaron los densos nubarrones 
y zigzaguearon tus rayos. 
El trueno resonó en la bóveda del cielo, 
tus relámpagos iluminaron el mundo, 
tembló y se tambaleó la tierra. 
Te abriste un camino entre las aguas, 
un sendero entre las aguas caudalosas, 
y no quedó ningún rastro de tus huellas. 
Tú guiaste a tu pueblo como a un rebaño, 
por medio de Moisés y de Aarón.

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