Invitación para preparar nuestro corazón a recibir al Mesías. Si de veras lo recibimos, el fruto será el perdón, la paz, y seguramente una mano misericordiosa tendida sobre las heridas que tanto nos aquejan.
Se acerca el tiempo de NAVIDAD, la Natividad
del Señor, el Nacimiento, el cual, en y desde el Espíritu, es re-nacimiento de
Cristo en nuestros corazones y en nuestras comunidades.
Tendremos el acontecimiento más importante el
RENACIMIENTO que Jesús quiere obrar en nosotros: ¿Quién puede nacer de nuevo?,
nos preguntaremos. Aquél que pone toda su esperanza en el Señor y le ofrece el
«corazón» (toda la interioridad humana) en una sincera y franca conversión,
obrada por gracia y recibida con la inteligencia y la voluntad. Para eso nos
hemos preparado en este tiempo de Adviento. Tantas veces tenemos miedo de
re-nacer.
Nos exige el convertirnos, y el convertirnos implica CAMBIAR DE VIDA, primero de lo cual tendríamos que «vernos» tales cuales somos vernos en un «espejo real», que nos muestre nuestro rostro real. Para «vernos» como somos, hay que MIRAR A DIOS, a lo cual nos invita el profeta Isaías: "Digan a los cobardes de corazón: ¡Sean fuertes, no teman! Miren a nuestro Dios que va a venir a salvarnos" (Is 35, 4).
Nos exige el convertirnos, y el convertirnos implica CAMBIAR DE VIDA, primero de lo cual tendríamos que «vernos» tales cuales somos vernos en un «espejo real», que nos muestre nuestro rostro real. Para «vernos» como somos, hay que MIRAR A DIOS, a lo cual nos invita el profeta Isaías: "Digan a los cobardes de corazón: ¡Sean fuertes, no teman! Miren a nuestro Dios que va a venir a salvarnos" (Is 35, 4).
Es INVITACIÓN, cada vez más apremiante a
medida que se acerca la Navidad, para PREPARAR NUESTRO CORAZÓN a recibir
al MESÍAS. Si de veras lo recibimos, el fruto será el PERDÓN, la PAZ,
y seguramente una MANO MISERICORDIOSA tendida sobre las heridas que
tanto nos aquejan.
En la Noche Santa «re-cordaremos» (es decir, traeremos de nuevo al «corazón») el Nacimiento de Jesucristo en Belén; contemplaremos, llenos de admiración, con María Santísima y el Glorioso Patriarca San José, la gloria del Verbo Eterno, que se hizo hombre, nuestro Salvador. ¿Hemos vivido con fe este tiempo de Adviento, y su liturgia, impregnada ella de constantes alusiones a la espera gozosa del Mesías?. Porque Él, de verdad, viene a nosotros, convirtiendo nuestra vida en un perpetuo "adviento", una espera «esperanzada y esperanzadora» de la venida definitiva de Cristo, cuando vendrá «para juzgar a los vivos y a los muertos» como rezamos en el Credo. Creemos en Dios todopoderoso, el que, siéndolo, quiso hacerse Niño, que nació en un pesebre, pero que, anonadándose, no perdió su poder sino que lo manifestó como «PODER DE AMOR», EL AMOR QUE TODO LO VENCE, también el sinsentido, el desgano, el odio, la envidia, las rivalidades, las peleas, las frustraciones, y todas las obras del «HOMBRE VIEJO». Jesús enterró al «hombre viejo» en el Pesebre y en la Cruz y nos dio la UNIDAD en la REDENCIÓN. Así Él lo quiso, como nos lo narra San Jerónimo:"Aquel que encierra en un puño el universo, se halla aquí encerrado en un estrecho pesebre"1.
Con estos sentimientos, preparémonos junto con toda la Iglesia a contemplar el maravilloso misterio de la Encarnación. Hagamos caso de Juan el Bautista "la voz del que grita en el desierto"(Mc 1, 4). Porque, como nos lo dice el Santo Padre Benedicto XVI, mientras continúa el camino del Adviento, mientras nos preparamos para celebrar la Navidad de Cristo, resuena en nuestras comunidades este llamamiento de Juan Bautista a la conversión.
En la Noche Santa «re-cordaremos» (es decir, traeremos de nuevo al «corazón») el Nacimiento de Jesucristo en Belén; contemplaremos, llenos de admiración, con María Santísima y el Glorioso Patriarca San José, la gloria del Verbo Eterno, que se hizo hombre, nuestro Salvador. ¿Hemos vivido con fe este tiempo de Adviento, y su liturgia, impregnada ella de constantes alusiones a la espera gozosa del Mesías?. Porque Él, de verdad, viene a nosotros, convirtiendo nuestra vida en un perpetuo "adviento", una espera «esperanzada y esperanzadora» de la venida definitiva de Cristo, cuando vendrá «para juzgar a los vivos y a los muertos» como rezamos en el Credo. Creemos en Dios todopoderoso, el que, siéndolo, quiso hacerse Niño, que nació en un pesebre, pero que, anonadándose, no perdió su poder sino que lo manifestó como «PODER DE AMOR», EL AMOR QUE TODO LO VENCE, también el sinsentido, el desgano, el odio, la envidia, las rivalidades, las peleas, las frustraciones, y todas las obras del «HOMBRE VIEJO». Jesús enterró al «hombre viejo» en el Pesebre y en la Cruz y nos dio la UNIDAD en la REDENCIÓN. Así Él lo quiso, como nos lo narra San Jerónimo:"Aquel que encierra en un puño el universo, se halla aquí encerrado en un estrecho pesebre"1.
Con estos sentimientos, preparémonos junto con toda la Iglesia a contemplar el maravilloso misterio de la Encarnación. Hagamos caso de Juan el Bautista "la voz del que grita en el desierto"(Mc 1, 4). Porque, como nos lo dice el Santo Padre Benedicto XVI, mientras continúa el camino del Adviento, mientras nos preparamos para celebrar la Navidad de Cristo, resuena en nuestras comunidades este llamamiento de Juan Bautista a la conversión.
Es una apremiante invitación a abrir el corazón y a
acoger al Hijo de Dios que viene entre nosotros para manifestar el juicio
divino. María, la «MUJER DEL SÍ» nos prepare para darle un «SÍ» grande
al Señor en esta Navidad.
Por: Catolic.net
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