¡Misterio el dolor humano! Claro cuando lo vemos en otros, ciertamente
incomprensibles cuando se adentra en nuestra vida.
¿Qué haré en la hora de la prueba” ¿Cómo resolver mi incertidumbre? ¿Cómo hacer luz en la oscuridad y paz en la terrible angustia? ¿Cómo abrazarme a la doliente “voluntad de Dios” y “ofrecerme”?
El momento del dolor es una experiencia cumbre en la vida del hombre. Sus efectos le revelan lo más profundo de sí mismo, el alma parece poder tocarse con la mano; allí aparece más desgarradora que nunca la soledad fundamental de la persona, la sensación de su completa impotencia ante las cosas.
Es imposible enumerar todas las futuras experiencias dolorosas de la vida, porque imposible es enumerar sus posibles tragedias. Pero sea grande o sea pequeña en sí misma la cruz que nos toca llevar, es cierto, siempre, que en cada caso hiere terriblemente las espaldas.
Cuando alguien me lo ha preguntado, le he respondido fácilmente. Le he dicho: “¡Ten confianza en Dios!” Ahora que a mí me sucede: ¡qué poco me dice esto!
Y si recurro al Evangelio, seguiré encontrando respuestas de fe: “El Padre poda la rama vigorosa para que dé aún más fruto” (Jn 15, 2-3); “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo, pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24), etc. Él me hará ver cómo Cristo camina la senda dolorosa del Calvario como necesario tránsito hacia la gloria de la resurrección. “En el plano divino todo dolor es dolor de parto; él contribuye al nacimiento de una nueva humanidad” (Juan Pablo II, abril de 1983). Por todo ello, comprenderé que no nos es dado poseer un don más grande que el dolor, la cruz y la humillación.... pero ahora, en medio de mi tragedia, todo esto me sabe a muy poco, apenas me mueve. ¿Por qué será así?
Mi fe no me arrastra a la esperanza, porque es una débil fe. No es como la de Job, que dice clamando: ¡”Yo sé que mi Señor vive”! (Job 19, 25)....... “Yo sé” es una convicción, no un sentimiento. Es una certeza, no una idea.
“Yo sé” dice San Pablo, al final de su carrera, mientras yace en la cárcel. “Yo sé a quién me he confiado y estoy seguro de que puede guardar mi depósito para aquél día” (2 Tim 1, 12).
“Yo sé” es mucho más que saber, es un haber vivido la experiencia, y haberla profundizado.
Y aquí, en la experiencia de la fe y de las certezas que ello comunica, cada uno de nosotros es diferente; Dios es totalmente una historia personal, y por eso mismo ante las pruebas reaccionamos con diversas reflexiones o motivaciones adecuadas a nuestras propias circunstancias. La verdad es que la fe es tan rica como Dios mismo y tiene para cada uno el resplandor adecuado: toda persona, toda situación humana es iluminada espléndidamente por ella.
En este caso, ha bastado este reflejo: “Sé que me has elegido” para que el panorama todo quede interpretado, quede construido en la paz.
La sensación de mi impotencia radical ha encontrado una respuesta en la fe: admito que no soy nada y que soy débil, pero sólo cuando me falta Dios. ¡Pero “con Él” lo puedo TODO!, porque consigo hacer mía la potencia misma de Dios: lo he vivido anteriormente, en otras ocasiones, ¡y hoy no debo olvidarlo!, sino actualizarlo.
La fe de que Él está conmigo, de que Él no nos ha abandonado – “He aquí que yo estoy con vosotros hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20)- va haciendo renacer las fuerzas, las energías morales del espíritu. “Sé, Señor, que habiéndome elegido” significa que voy aprendiendo a ver lo que me sucede como “un algo elegido” por Dios, y no obra de la casualidad y la fatalidad; como algo salido de sus manos por elección precisa y clara. Y si viene de las manos de Dios ¿por qué me angustio? “Habiéndome elegido – Tú serás siempre mi fortaleza” indica que, si Él elige, el se compromete con el elegido; no le cargará la cruz y se irá, sino que compartirá el peso y dará Su fuerza.
Respuestas de fe ...... para todas las medidas .... Pero hoy, además, algo muy importante, algo común a cada caso: lo importante no es conocer, sino saber: ¡Creer como si se tuviera una evidencia! Y entonces sí se está preparado para el “ofrecimiento”.
Por:
P. Cristóforo Fernández | Fuente: Catholic.net
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