martes, 28 de febrero de 2017

¿QUÉ HACE EL ESPÍRITU SANTO EN NUESTRA VIDA COTIDIANA?


Son demasiados los cristianos que se contentan todavía con orar únicamente al Espíritu Santo cuando tienen que tomar una decisión importante… ¡O cuando tienen que pasar un examen difícil! Si la vida cristiana merece ser llamada vida “espiritual” es por ser una vida suscitada y mantenida por el Espíritu.
En esta sencilla explicación conocerás como el Espíritu santo quiere hacerse más presente en tu vida y ayudarte a descubrir cómo actúa en tu corazón cada dia.
* El Espíritu Santo, habita en ti: Eres tan hijo de Dios que el Padre te concede exactamente el mismo don que hizo a su Hijo amado. No cesa de enviarlo a ti, que es el beso perpetuo del Padre a sus hijos. Eres su templo vivo. Por eso, debes cuidarte mucho, en todos los sentidos. Y, también, a los demás.
Eres Divino para El Espíritu Santo: Su presencia en ti es dinámica, transformadora. Por él, el Padre te hace partícipe de “la naturaleza divina” (2P 1, 4), te comunica su propia vida (Cf. Jn 3, 3-5). Esta transformación del fondo de tu ser te vuelve “gracioso” a los ojos del Padre y capaz de complacerle de verdad.
* El Espíritu Santo, te purifica: ¿A que es verdad que necesitas renovarte, convertirte, purificarte? Porque no vives siempre como debiera un hijo de Dios. Te purifica ayudándote a reconocer tu verdadera culpabilidad ante Dios (Cf. Jn 16, 8-10). Suaviza tu corazón para que no persistas en tu orgullo. Cura tus heridas y renueva el fondo de tu corazón. Los sacramentos son auténticos baños de juventud que te invitan a dejarte rejuvenecer. ¿Recuerdas esta oración, tomada de la liturgia de la Iglesia, con la que le pides: “Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero”.
* El Espíritu Santo, te anima: Esta al principio de tu fe. Decía Pablo a los corintios: “Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, si no es en el Espíritu” (1 Cor 12, 3). También decía Jesús a sus apóstoles que nadie puede ir a Él sin que le traiga el Padre. Es decir, sin el Espíritu que el Padre te envía para que te proyecte hacia su Hijo Jesús. Esta al principio de tu esperanza. Decía Pablo a los romanos: “Que sobreabunde la esperanza en vosotros por la virtud del Espíritu Santo” (Rm 15, 13).
Gracias a èl puedes vivir intensamente el momento presente y afrontar y vencer las tentaciones cotidianas y frecuentes de la vanidad, el desánimo, la inquietud o la angustia.
También está al principio de tu caridad. Gracias a èl puedes amar al Padre con todo tu corazón y ofrecerte a El. También puedes amar a Jesucristo y amar a tus hermanos, con el mismo corazón de Dios, con ese “corazón nuevo” que pides que Dios te dé. Por último, esta al principio de tu conducta moral. Gracias a èl puedes vivir las Bienaventuranzas evangélicas. Puedes vivir algunos de estos frutos (del Espíritu Santo), de los que habla Pablo: “amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio de sí” (Gál 5, 22-23).
* El Espíritu Santo te ayuda a orar:  Es de manera especialísima, el animador de tu vida de oración, porque “nosotros no sabemos pedir como conviene, màs el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8, 26). Te ayuda, cuando oras, a acoger como el don que el Padre te da por su Hijo Jesús. Entonces tu oración se vuelve apertura al amor del Padre. Y te dejas invadir por el río de agua viva que viene del Padre y pasa por su Hijo Jesús. Te ayuda, cuando oras, a dejarte llevar por el impulso del Hijo hacia el Padre, que te hace repetir con amor y confianza: “¡Abba! ¡Padre!”. En lo más hondo de ti se une a tu corazón para que puedas exclamar: “¡Abba! ¡Padre!”. Te invita, al orar, que lo acojas como el que viene a colmar tu corazón y a regenerarlo. Y, también como el que te lleva al Padre.
* El Espíritu Santo, te impulsa con sus dones: ¿Percibes, en el fondo de tu corazón, su impulso? ¿Te sientes movido por èl? Decía Pablo a los romanos: “Los verdaderos hijos de Dios son aquellos que están movidos por el Espíritu de Dios” (Rm 8,14). Si lo percibes y lo sientes, te darás cuenta de que ya no hace ninguna falta que remes con la fuerza de tus puños para avanzar hacia Dios: el Viento sopla las velas de tu vida. La tradición cristiana llama dones (del Espíritu Santo) a estas velas que, bien desplegadas, te permiten aprovechar plenamente sus invitaciones y sugerencias. Estos dones son, también, radares, unas antenas muy finas que te permiten captar nuevos mensajes. Antenas que funcionan tanto mejor cuando lo hacen a menudo. Eso supone que has de estar a la escucha de sus enseñanzas interiores que sólo se revelan a los corazones que son muy sencillos y que están persuadidos de no merecer nada. El silencio de la oración te ayudará a todo esto.
¿Has tenido la experiencia, alguna vez, de que te “golpeara” algún pasaje del Evangelio con una enorme fuerza? ¿Qué pasó en ese momento? Fui el Espiritu Santo que hizo resonar en tu corazón esas palabras de Jesús, que tu memoria había grabado sin concederle mucha importancia. Fui èl que provocó ese cambio profundo en tu existencia.
Si quieres crecer en la vida cristiana debes dejarte invadir y transformar cada vez más por èl. Sintiéndote lleno de su presencia  puedes lanzarte hacia Dios y hacia tus hermanos con un gran corazón dilatado.
Recuerda lo que decía el profeta Isaías: “Brotará un retoño de la cepa de Jesé (padre del rey David). Sobre él reposará el Espíritu del Señor, Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de fortaleza, Espíritu de conocimiento y de temor de Dios” (Is 11, 1-2).

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