viernes, 24 de febrero de 2017

EL CORAZÓN DE TODA PERLA


 

Cuentan los malacólogos (biólogos especializados en moluscos) que para producir la perla perfecta, la ostra necesita hacerse de la más mínima esquirla en torno a la cual enquistar, tejiéndola con nácar para volverla una gema. Puede ser un minúsculo grano de arena o cualquier residuo pero si esta escoria llegase a faltar, si no tuviera este sólido núcleo, la perla resultaría deforme.
En el corazón de toda perla bella hay un poco de escoria bien aprovechada. Una perla no es otra cosa que el fruto de una ostra que ha sabido transformar en algo hermoso lo desagradable de su entorno. Creo que cada uno de nosotros tiene suficientes esquirlas para escoger, aunque prefiramos llamarlas “cruces”; solemos pedir perlas a Dios y en cambio recibimos granos de arena.

“Besad de corazón frecuentemente las cruces que Nuestro Señor mismo pone sobre vuestros hombros; no miréis si son de madera preciosa o perfumada, ellas son más cruz cuanto sean de una madera más vil, abyecta y maloliente” San Francisco de Sales.
No olvidemos nunca que Dios concede en forma de semilla todo fruto que le pedimos, la clave está en aprender a transformarlas. No se trata de ser positivos ante las situaciones porque esto es solamente una actitud psicológica; se trata de crecer en la esperanza, teniendo la confianza de que cuanto nos sucede está previsto y regulado por la Mano de Alguien que es Amor, que sabe lo que hace y que ve mucho mejor que nosotros.
“En paz me duermo y en seguida descanso porque Tú solo, Señor, me has confirmado en la esperanza” (Salmo 4, 10)

Por tanto, no arrojemos nuestras perlas a los cerdos (Mt. 7,6), no desperdiciemos nuestras esquirlas, cuando podemos producir con ellas un bello collar.

Artículo escrito por nuestro  católico con acción Tony Guzmán (católico con acción)

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