Los santos afirman con claridad que la humildad es el fundamento de toda creencia espiritual. Si no somos humildes, no somos santos. Así de simple. Pero por muy sencillo que sea saber que debemos ser humildes, no siempre es fácil poner en práctica esta virtud.
1- REZAR PIDIENDO LA VIRTUD DE LA HUMILDAD
Toda virtud toma forma en el alma gracias a la práctica frecuente de la oración. Si deseáis realmente ser humildes, rezad todos los días por recibir esta gracia. Pide a Dios que te ayude a derrotar a tu amor propio. Como enseñaba el santo cura de Ars:
Cada día deberíamos pedir a Dios con todo nuestro corazón por la virtud de la humildad y la gracia de comprender que no somos nada por nosotros mismos, y que nuestro bienestar corporal y espiritual viene sólo de Él.
Para ello, os recomiendo encarecidamente una hermosa oración conocida como Letanías de la humildad.
2. ACEPTAR LA HUMILLACIÓN
Tal vez la manera más dolorosa, pero
también la más eficaz, de aprender humildad sea la de aceptar las
circunstancias humillantes y embarazosas. En palabras del padre Gabriel de
Santa Marie-Madeleine:
Muchas almas querrían ser humildes,
pero pocas desean la humillación. Muchos piden a Dios rezando fervorosamente
por que les haga humildes, pero muy pocos desean ser humillados. Sin embargo,
es imposible obtener la virtud de la humildad sin las humillaciones; de igual
forma que a través del estudio podemos adquirir conocimiento, es a través del
camino de la humillación que podemos lograr humildad.
Mientras deseemos la virtud de la humildad pero no estemos
dispuestos a aceptar los medios que conducen a ella, no estaremos
verdaderamente en el buen camino para adquirirla. Incluso si en algunas
situaciones somos capaces de actuar humildemente, podría ser solamente el
resultado de una humildad superficial y aparente, en vez de una humildad real y
profunda. La humildad es la verdad; por consiguiente, decimos que, puesto que
no poseemos nada por nosotros mismos, a excepción del pecado, es justo que
recibamos humillación y desprecio.
3. OBEDECER A LA AUTORIDAD
Una de las manifestaciones más
evidentes de orgullo es la desobediencia. Paradójicamente, la desobediencia y
la rebelión son aclamadas como grandes virtudes en la sociedad occidental
moderna. La caída de Satán fue a causa de su orgullo:
Non serviam, “No serviré”.
Por otro lado, la humildad se
manifiesta siempre como obediencia a la autoridad, ya esté representada por un
jefe o por el gobierno. Como decía san Benito:
El primer grado de humildad es la
obediencia sin demora.
4. DESCONFIAR DE UNO MISMO
Los santos nos dicen que si
desconfiáramos de nosotros mismos y depositáramos nuestra confianza únicamente
en Dios, entonces nunca cometeríamos ningún pecado. El sacerdote y escritor
Lorenzo Scupoli llegó incluso a decir que:
La desconfianza en uno mismo es
indispensable en el combate espiritual. Sin esta virtud, no podemos esperar
vencer nuestras más débiles pasiones, y aún menos conseguir la victoria.
5. RECONOCER QUE NO SOMOS NADA
Otro medio muy eficaz de cultivar la
humildad es meditar sobre la grandeza y el esplendor de Dios, reconociendo al
mismo tiempo nuestra propia nulidad en comparación a Él. El cura de Ars afirma
que:
¿Quién podrá contemplar la grandeza de
un Dios, sin anonadarse en su presencia, pensando que con una sola palabra ha
creado el cielo de la nada, y que una sola mirada suya podría aniquilarlo? ¡Un
Dios tan grande, cuyo poder no tiene límites, un Dios lleno de toda suerte de
perfecciones, un Dios de una eternidad sin fin, con la magnitud de su justicia,
con su providencia que tan sabiamente lo gobierna todo y que con tanta
diligencia provee a todas nuestras necesidades! ¡Ante Él no somos nada!
6. CONSIDERAR A LOS DEMÁS SUPERIORES A UNO MISMO
Cuando somos orgullosos, pensamos inevitablemente que somos
mejores que los demás. Rezamos como el fariseo: “Señor, te doy gracias porque
no soy como los demás hombres”. Esta satisfacción con uno mismo es
increíblemente peligrosa para nuestras almas y es una abominación para Dios.
Las Escrituras y los santos afirman que el único camino seguro consiste en considerar
que los demás son mejores que nosotros mismos. “No hagan nada por rivalidad o
por orgullo, sino con humildad, y que cada uno considere a los demás como
mejores que él mismo”, afirma san Pablo (Fil 2:3).
Tomás de Kempis resume esta enseñanza
en el capítulo 7 de su clásico La Imitación de Cristo:
No te estimes por mejor que otros,
porque no seas quizá tenido por peor delante de Dios, que sabe lo que hay en el
hombre. No te ensoberbezcas de tus buenas obras, porque de otra manera son los
juicios de Dios que los de los hombres, y a Él muchas veces desagrada lo que a
ellos contenta. Si tuvieres algo bueno, piensa que son mejores los otros,
porque así conservas la humildad. No te daña si te pusieres debajo de todos;
mas es muy dañoso si te antepones a sólo uno. Continua paz tiene el humilde;
mas en el corazón del soberbio hay emulación y saña frecuente.
CONCLUSIÓN
No cabe duda al respecto: la humildad
es el fundamento de toda vida espiritual. Sin esta virtud, jamás podremos
progresar en santidad. Sin embargo, la humildad no es simplemente una
abstracción para ser admirado. Es una virtud que aprender y
practicar en las circunstancias de la vida cotidiana, a menudo dolorosas.
Hagamos todo lo posible para ser siempre humildes, a imagen de Jesucristo, que
“renunció a lo que era suyo y tomó naturaleza de siervo, haciéndose como todos
los hombres”.
Fuente THE CATHOLIC
GENTLEMAN
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