En este mundo pagano, de un nuevo
paganismo más culpable, se hace muy difícil conservar la noción de pecado. De
tanto pecar y ver pecar, puede sucedernos que nos acostumbremos al pecado, al
mal. Y sin embargo por el pecado el Hijo de Dios tuvo que pasar por su tremenda
Pasión y Muerte y un sufrimiento infinito como sólo un Dios lo podía soportar.
Los Santos también tenían la
frase de: “¡Morir, antes que pecar!”. Pero nosotros, influenciados por la moda,
por los medios de comunicación social y por el mismo ambiente malsano del mundo
-que hoy más que nunca es “mundo”, uno de los tres enemigos del cristiano,
junto con el demonio y la carne-, vivimos inmersos en esta costumbre de pecar y
ver pecar como una cosa normal.
Sin embargo el pecado es la causa
de todos los males de todo tipo. Es más, el pecado es en realidad el único mal.
Lo que sucede es que como nuestra
alma no grita ni se retuerce cuando muere si cometemos un pecado grave o
mortal, entonces nos parece que todo sigue igual como antes de pecar. Pero si
viéramos con los ojos del cuerpo lo que es un alma en pecado mortal quedaríamos
espantados horriblemente. Eso no lo vemos, como sí lo veían los santos, que
tenían una gran sensibilidad para no ofender a Dios ni con la mínima falta.
Luchemos contra el pecado, que es
nuestro verdadero enemigo. Evitemos el pecado grave, pero también el pecado
leve, porque el pecado grave es el mal más grande, y el pecado leve le sigue en
maldad.
Pensemos y meditemos que si una
persona muere en pecado mortal, merecerá un infierno eterno de penas imposibles
de imaginar para la mente y el sentido humano.
No pequemos nosotros ni hagamos
pecar a nadie, y tampoco nos acostumbremos al mal, sino siempre tengamos un
saludable rechazo hacia el pecado, guardando misericordia, eso sí, para el
pecador.
Si tenemos buena voluntad,
rezamos, recibimos los sacramentos, Dios nos ayudará para que al menos no
cometamos faltas voluntarias, o nos arrepintamos de ellas al punto.
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