Un
viernes de hace dos mil años, un hombre sin pecado ofreció su vida, su sangre y
su muerte en un gesto de suprema obediencia dictada por el amor. Aquel hombre
era el Hijo de Dios, y porque era perfectamente santo, el Padre le abrió los
brazos y lo resucitó en la gloria. Mediante su sacrificio, la humanidad entera
entró en la vida eterna de Dios. Es el sacrificio de Cristo que nos salva, pero
Dios nos respeta tanto que no quiere salvarnos sin nosotros: es necesario que
nosotros nos ofrezcamos junto a Jesús. Y para esto está la Misa, que es la
permanencia de su sacrificio. La Misa es una presencia, una nueva presencia, un
nuevo presentarse Cristo en su único acto redentor; es un hacer presente aquí y
ahora el sacrificio del calvario que llega a ser una realidad de nuestro
tiempo, de nuestra parroquia, de nuestra vida. Por esto es necesario ir con
alegría y reconocimiento.
Es
preciso ir con los propios pies, mientras se puede; con la propia boca y con el
propio corazón para comer el fruto de la vida. "Quien come mi
carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré en el último
día" (Jn 6.54).
¿ Por qué debemos ir a Misa?
“¿Cómo vivimos nosotros la Eucaristía? ¿Cómo vivimos la Misa, cuando vamos a Misa los domingos? ¿Es sólo un momento de fiesta? ¿Es una tradición bien establecida, qué se hace? ¿Es una ocasión para encontrarnos o para sentirnos bien o es algo más? Hay señales muy específicas para averiguar cómo vivir esto. Cómo vivimos la Eucaristía. Señales que nos dicen si vivimos la Eucaristía bien, o no la vivimos tan bien”
El Papa Francisco dijo que, en cuanto a la Misa, es fundamental saber que allí tenemos la gracia “de ser perdonados y perdonar. A veces alguien pregunta: ‘¿Por qué hay que ir a la iglesia, si los que participan regularmente en la Misa son pecadores como los demás?’. ¡Cuántas veces hemos oído esto!”
“Porque somos pecadores y queremos recibir el perdón de Jesús, participar en su redención, en su perdón. ¡Ese ‘confieso’, que decimos al principio no es algo ‘formal’, es un verdadero acto de penitencia! ¡Yo soy pecador y confieso! Así da inicio la Misa”.
“En realidad, quien celebra la Eucaristía no
lo hace porque cree o quiere aparentar más que los demás, sino porque se
reconoce siempre con la necesidad de ser aceptado y regenerado por la
misericordia de Dios, hecha carne en Jesucristo. ¡Si cada uno de nosotros no se
siente con la necesidad de la misericordia de Dios, no se siente un pecador, es
mejor que no vaya a Misa!”
“No debemos olvidar nunca que la Última Cena de Jesús tuvo lugar ‘la noche en que fue traicionado’. En el pan y el vino que ofrecemos y en torno al cual nos reunimos se renueva cada vez el don del Cuerpo y la Sangre de Cristo para la remisión de nuestros pecados. Debemos ir a Misa humildemente, como pecadores y el Señor nos reconciliará”.
Debemos tener la capacidad de descubrir a los otros como hermanos a partir del amor a Jesús, para lograr compartir su Pasión y su Resurrección, especialmente con los más necesitados.
“No debemos olvidar nunca que la Última Cena de Jesús tuvo lugar ‘la noche en que fue traicionado’. En el pan y el vino que ofrecemos y en torno al cual nos reunimos se renueva cada vez el don del Cuerpo y la Sangre de Cristo para la remisión de nuestros pecados. Debemos ir a Misa humildemente, como pecadores y el Señor nos reconciliará”.
Debemos tener la capacidad de descubrir a los otros como hermanos a partir del amor a Jesús, para lograr compartir su Pasión y su Resurrección, especialmente con los más necesitados.
“Me
pregunto, todos preguntémonos: yo, que voy a misa, ¿cómo vivo esto? ¿Me
preocupo de ayudar, de acercarme, de rezar por ellos, que tienen este problema?
¿O soy un poco indiferente? O tal vez me preocupo de chismorrear: ‘¿viste cómo
iba vestida aquella, como iba vestido aquél?’.... A veces se hace esto después
de la Misa, ¿o no? ¡Se hace! ¡Y esto no se debe hacer! Debemos preocuparnos por
nuestros hermanos y hermanas que tienen una necesidad, una enfermedad, un
problema”.
Un “último y valioso indicador” sobre la vivencia de la Misa es la relación entre la Eucaristía y las comunidades cristianas: “debemos tener siempre presente que la Eucaristía no es algo que hacemos nosotros; no es una conmemoración nuestra de lo que Jesús dijo e hizo. No ¡Es propiamente una acción de Cristo! ¡Es Cristo quien los realiza, que está en el altar! Y Cristo es el Señor. Es un don de Cristo, que se hace presente y nos reúne en torno a Él, para alimentarnos con su Palabra y con su vida”.
“Esto significa que la misión y la misma identidad de la Iglesia fluyen a partir de ahí, de la Eucaristía, y allí siempre toman forma. Una celebración puede llegar a ser impecable en términos de apariencia, hermosísima, pero si no nos lleva al encuentro con Jesús, puede que no aporte ningún alimento a nuestro corazón y a nuestra vida. A través de la Eucaristía, en cambio, Cristo quiere entrar en nuestra existencia e impregnarla de su gracia, para que en cada comunidad cristiana haya coherencia entre liturgia y vida.
Un “último y valioso indicador” sobre la vivencia de la Misa es la relación entre la Eucaristía y las comunidades cristianas: “debemos tener siempre presente que la Eucaristía no es algo que hacemos nosotros; no es una conmemoración nuestra de lo que Jesús dijo e hizo. No ¡Es propiamente una acción de Cristo! ¡Es Cristo quien los realiza, que está en el altar! Y Cristo es el Señor. Es un don de Cristo, que se hace presente y nos reúne en torno a Él, para alimentarnos con su Palabra y con su vida”.
“Esto significa que la misión y la misma identidad de la Iglesia fluyen a partir de ahí, de la Eucaristía, y allí siempre toman forma. Una celebración puede llegar a ser impecable en términos de apariencia, hermosísima, pero si no nos lleva al encuentro con Jesús, puede que no aporte ningún alimento a nuestro corazón y a nuestra vida. A través de la Eucaristía, en cambio, Cristo quiere entrar en nuestra existencia e impregnarla de su gracia, para que en cada comunidad cristiana haya coherencia entre liturgia y vida.
“Debemos entender que una cosa es rezar en casa,
rezar el rosario, rezar tantas bellas oraciones, hacer el via crucis, leer la
Biblia, y otra cosa es la celebración eucarística. En la celebración entramos
en el misterio de Dios, en ese camino que nosotros no podemos controlar. Él
solo es el único, él es la gloria, él es la potencia. Pidamos esta gracia: que
el Señor nos enseñe a entrar en el misterio de Dios”.
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