1¿Por qué en la Misa, antes de acercarnos a la
Eucaristía, decimos: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una
sola palabra tuya bastará para sanarme”? (F.B.)
Responde Roberto
Gulino, profesor de Liturgia en la Facultad teológica de Italia
Central.
La fórmula citada por nuestro amigo lector forma parte
de los ritos de comunión de la celebración eucarística
y constituye la preparación última antes de
recibir sacramentalmente el cuerpo y la sangre de Cristo en
la Misa.
El contexto está claro para todos: inmediatamente después de la
plegaria eucarística, con la presencia de Jesús en el altar,
nos dirigimos juntos a Dios llamándolo Padre;
después recibimos y nos intercambiamos el don de la paz, primer don del
Resucitado; después tiene lugar la fracción del pan eucarístico,
acompañada del canto del Cordero de Dios; finalmente llegamos a las
palabras, recitadas antes sólo por el sacerdote y después junto con los fieles,
mientras se eleva la hostia consagrada partida:
“Este
es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a
la cena del Señor. – Señor,
no soy digno de que entres en mi casa, pero una sola palabra tuya bastará para
sanarme”.
El Ordenamiento General
del Misal Romano, hablando de los ritos de comunión, en el número 84
indica el sentido preciso de estas palabras: “…el sacerdote
muestra a los fieles el pan eucarístico… les invita al
banquete de Cristo… junto con ellos expresa sentimientos
de humildad, sirviéndose de las palabras evangélicas
prescritas”.
La Iglesia ha elegido, como último momento en preparación
al recibimiento de la eucaristía, de retomar las palabras del centurión
romano de Cafarnaúm, cuando pidió a Jesús que curara a su siervo fiel, por
desgracia paralizado y sufriendo mucho: “Señor, yo no soy digno de que entres
en mi casa, pero dí solo una palabra y mi siervo se curará” (Mt 8,8).
La
actitud de extrema humildad y de profunda
confianza que caracterizó la petición de este oficial
pagano al requerir la intervención salvadora de Cristo en su casa –
una verdadera y auténtica profesión de fe – quiere y debe ser la actitud
de todos nosotros, sacerdotes y fieles (¡estas palabras tienen que
decirlas juntos!) en
el momento en el que estamos a punto de recibir al Señor en nuestro
corazón. Por supuesto, ninguno de nosotros es “digno” de Jesús, de su
presencia y de su amor, pero sabemos en la fe que basta
sólo un signo, una palabra, una mirada y Él puede salvarnos.
Fórmulas parecidas, inmediatamente antes de la comunión,
aparecen ya desde el siglo X; gradualmente se afirma, desde el siglo
XI en adelante – aunque con diversas variantes – la oración
del centurión romano, a menudo recitada tres veces. Después de la
reforma litúrgica, el Misal de
Pablo VI de 1970 ha conservado estas palabras, pero pronunciándolas
una sola vez y omitiendo la percusión del pecho y el signo
de la cruz con la hostia, gestos usados desde el siglo XV.
Aún hoy, después de tantísimo tiempo, todos nosotros
nos confiamos a las palabras evangélicas de este hombre para renovar
nuestra actitud de humildad y de confianza, esperando poder obtener,
como él, el milagro de la salvación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario