Ver con
los ojos de la fe, ya que sabemos muy bien que sobre el Altar está presente el
Señor.
Se ha instalado en los últimos
años una cierta controversia alrededor del modo de recibir al Señor Eucarístico.
Se debate sobre si debe ser en la boca o en la mano, y de cierto modo también
si debe ser de rodillas o de pie, o si corresponde realizar una reverencia ante
el Señor.
No deseamos profundizar en las
disposiciones de la Iglesia a éste respecto, ya que en buena medida se ha
delegado en cada Obispado el establecimiento de las condiciones mínimas a
utilizar en las Misas del lugar. Sin embargo, sí podemos decir que como regla
general la Iglesia nunca obliga a recibir al Señor en la mano, sino que es algo
que se permite bajo determinadas condiciones a cumplir, siendo la regla general
la de recibirlo en la boca. Respecto de la comunión de rodillas, la cuestión
formal es menos concreta, quedando el tema en gran medida en manos de los
sacerdotes de cada jurisdicción.
De éste modo, queda un gran campo
de acción librado al discernimiento de los fieles respecto de cómo recibir el
Pan Sagrado: son ellos quienes deben tomar tan importante decisión. Y es en el
sentido de ayudar a elegir el camino más acertado que queremos realizar algunas
reflexiones al respecto, con humildad y cautela, ante lo delicado del tema.
Lo primero y fundamental es
resaltar la esencia de lo que ocurre en la Misa: la Iglesia es el legado más
maravilloso que nos dejó el Señor, ya que Ella es Su propio Cuerpo Místico.
Jesús, Cabeza del Cuerpo Místico, nos ha unido a Ella a quienes formamos la
Iglesia Militante (los que aún estamos en la tierra), junto a la Iglesia
Purgante (las almas del Purgatorio) y la Iglesia Glorificada (las almas que
entraron al Reino). O sea que la Iglesia es Cristo unido a todos nosotros,
donde la Misa es la fiesta diaria en la que se celebra ésta unión, unión
obtenida por la Sangre derramada, por Su Muerte y Resurrección consumadas
diariamente por medio del Pan y el Vino. De éste modo, la Eucaristía es el
centro de la Misa y de la Iglesia, por ende es el centro de éste mundo y
también del Cielo. En cada Misa Jesús se hace realmente Presente en el Pan y el
Vino, no es una representación o un recuerdo. El se manifiesta allí para Gloria
de Dios Padre y Dios Espíritu Santo, para que lo Adoren la Virgen Santísima,
los santos y los ángeles. Si pudiéramos ver como se produce en el plano
sobrenatural cada celebración de la Eucaristía, ¡caeríamos de rodillas!. Ante
el Cuerpo de Cristo se postran ángeles y santos, mientras María, al pie de la
Cruz, contempla al Cordero de Dios. ¡En cada Misa, en cada lugar en que se
celebra la Eucaristía!.
Ahora bien, si el mismo Dios se
manifestara ante ti en éste momento, en Cuerpo y Alma, ¿qué harías?. Sin dudas
que caerías de rodillas, postrado ante el Santo de los Santos. ¡Piedad, Hijo de
David!, le gritaban a Su paso los leprosos. Los ángeles se postran, rodillas en
tierra, ante Su sola mirada. Los coros celestiales cantan y alaban al Trono de
Dios, sin cesar. No hay medida para el anonadamiento que invade al alma de la
criatura cuando contempla a Su Creador, Puro Amor y Misericordia.
Nosotros, con nuestros limitados
ojos humanos, no podemos ver el mundo sobrenatural que desciende en cada
Celebración Eucarística, Pero sí lo
podemos ver con los ojos de la fe, ya que sabemos muy bien que sobre el Altar
está Presente el Señor, realmente Presente.
Meditemos en silencio, y
busquemos en nuestro corazón el camino al discernimiento respecto de la mejor
forma en que debemos recibir al Señor.
Por: Oscar Schmidt
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