Tiempo después su amigo se arrepintió y le pidió perdón por el error tan grave que había cometido contra el. Su amigo acepto perdonarlo, pero ya había regado la voz y había difamado a su amigo entre todo el pueblo. Esto le provoco la ruina y todas las puertas se le cerraron. Así que ahora sintiéndose mal por la ruina que le causaron sus comentarios a su amigo ahora arrepentido, este visitó a un hombre muy sabio a quien le dijo: Quiero arreglar todo el mal que hice a mi amigo. ¿Cómo puedo hacerlo? A lo que el hombre respondió: Toma un saco lleno de plumas ligeras y pequeñas y suelta una donde vayas.
El hombre muy contento por aquello tan fácil tomó el saco lleno de plumas y al cabo de un día las había soltado todas. Volvió donde el sabio y le dijo: Ya he terminado, a lo que el sabio contestó: Esa es la parte más fácil.
Ahora debes volver a llenar el saco con las mismas plumas que soltaste.
Sal a la calle y búscalas. El hombre se sintió muy triste, pues sabía lo que eso significaba y no pudo juntar casi ninguna.
Al volver, el hombre sabio le dijo: Así como no pudiste juntar de nuevo las plumas que volaron con el viento, así mismo el mal que hiciste voló de boca en boca y el daño ya está hecho. Lo único que puedes hacer es pedirle perdón a tu amigo, pues no hay forma de revertir lo que hiciste.
Cometer errores es de humanos pero arrepentirnos y pedir perdón es de sabios. Como esta escrito; no hay justo, ni aun uno… (Romanos 3:10) El problema es cuando miramos a los que caen, con ojos altivos. Muchas veces para sentirnos bien con nosotros mismos y no fijarnos en nuestras caídas y nuestros propios errores.
El que crea que este firme, tenga cuidado, no sea que caiga. (1 Corintios 10:12) Muchas veces con nuestras palabras en vez de ayudar, lo que hacemos es destruir. Si ves que tu amigo ha fallado extiende una mano para que se levante.
El perdón es la llave que abre las puertas. Trata a los demás como te gustaría que te traten sin estuvieras en su misma posición.
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